miércoles, 14 de octubre de 2015

IV. ROSAS Y LA CONFEDERACIÓN ARGENTINA
Entre 1829 y 1853, Juan Manuel de Rosas dirigió los destinos independientes de la Confederación Argentina imponiendo al resto de las provincias una especie de dictadura legal,  por medio del terror y el argumento de la “sagrada causa federal, contra los sucios, asquerosos, inmundos, herejes, salvajes unitarios”, y contra los “traidores”, como llamó a los federales que lo criticaban por imponer de esa manera los intereses exclusivos de Buenos Aires sobre los derechos y reclamos de las provincias.

El apoyo social a Rosas
El principal apoyo a Rosas estuvo dado por los grandes estancieros y comerciantes bonaerenses, beneficiados por su política económica de Buenos Aires como puerto único y aduana única, y por la forma que halló de controlar la inseguridad que había afectado sus intereses a consecuencia de la política llevada adelante por el Partido Unitario en el gobierno. No sólo los bandidos afectaban sus propiedades: también los malones indígenas para robar ganado y mujeres blancas (“cautivas”) para esposas de sus caciques. Rosas llevó adelante una exitosa campaña contra los indios, que terminaron con relaciones pacíficas entre ambas partes. El gobierno porteño de Martín Rodríguez, en 1820, había emprendido una campaña de exterminio contra los indígenas. Pero tras el golpe de estado unitario de Lavalle en 1828, la crisis política con su consiguiente falta de control en las zonas rurales fue aprovechada por los indios para volver a atacar.  El éxito de Rosas le ganó nuevas simpatías entre los estancieros y la población rural en general.
El abandono del proyecto unitario de nacionalizar las mejores tierras como parte del patrimonio de la ciudad capital, les daba a los estancieros la posibilidad de apropiárselas.
También contó con el apoyo de los sectores populares de la ciudad y el campo. Los gauchos dejaron atrás el período de la persecución terrorista unitaria. La expansión del saladero (estancias donde se salaba la carne vacuna para su conservación) permitió nuevas fuentes de empleo aparte de la estancia tradicional. También, la posibilidad de entrar en la policía.
Esto se complementaba con una actitud de acercamiento e identificación de Rosas con los gauchos. “Para poder controlarlos y ser obedecido por ellos tuve que convertirme en un gaucho más, vivir como ellos, hablar como ellos, compartir sus costumbres sin ningún tipo de privilegios”, confesaba Rosas en una carta. También en la ciudad, se hizo querer por su buen trato a los negros, esclavos y libres, presenciando también sus festejos, y contando con los criados de las familias ricas, especialmente las unitarias, para tenerlo al tanto de las ideas políticas dentro de ella.
La Iglesia también le dio su apoyo. Rosas restableció las relaciones diplomáticas con el Vaticano, interrumpidas a partir de la Revolución de 1810; decretó que se guardasen al obispo los honores, distinciones y prerrogativas que le acordaban las leyes coloniales; favoreció en toda forma el culto católico; prohibió la venta de libros y pinturas que ofendían la moral evangélica y las buenas costumbres; hizo obligatoria la enseñanza de la doctrina cristiana; introdujo congregaciones religiosas dedicadas a la enseñanza.

La propaganda política se hizo frecuentemente con un lenguaje religioso. Todas las comunicaciones y documentos oficiales, inclusive el pregón de los serenos que daban la hora y el estado del tiempo, debían encabezarse con la frase: “¡Viva la Santa Federación!”. El retrato de Rosas debía estar en el altar de las iglesias.  “Religión o muerte” y “Muerte a los impíos herejes unitarios” era el slogan de guerra del caudillo federal riojano Facundo Quiroga.

LA CONFEDERACIÓN, UN ESTADO EN PERMANENTE GUERRA
Rosas desató una persecución implacable a los miembros del Partido Unitario. Clausuró los periódicos opositores a su gobierno y  encarceló a sus responsables.  Amenazados de muerte por su policía política, la Mazorca, muchos cruzaron secretamente el río de la Plata y se exiliaron en Uruguay. Los de las provincias del norte huyeron a  Bolivia; los de Cuyo y La Rioja, lo hicieron a Chile. Desde allí organizaron campañas periodísticas destinadas sobre todo a desprestigiar a Rosas ante los miembros de las comunidades inglesa y francesa, principalmente, para que éstos intercedieran ante los representantes de sus gobiernos para que intervinieran contra Rosas.
Aprovechando el descontento de las provincias del interior, y de Corrientes, los unitarios se hicieron fuertes en esa región del país mediante golpes de estado en cada provincia, y formaron la Liga Unitaria o Liga del Interior para luchar contra Rosas, visto desde el interior como el más crudo representante de los intereses exclusivos de Buenos Aires contra los intereses de las demás provincias.  
Rosas logró un acuerdo con el caudillo de Santa Fe Estanislao López, y con el de Entre Ríos Francisco Ramírez, para unir fuerzas en la Liga Federal, para combatir a sus enemigos. López y Ramírez pusieron como condición el llamado a un Congreso Constituyente que sancionara una constitución federal que garantizara la libre navegación de los ríos.
También consiguió el apoyo de Facundo Quiroga, derrotado por las tropas unitarias y radicado en Buenos Aires, pero con una enorme influencia en los pueblos del interior. Quiroga también le reclamaba con insistencia una Constitución federal, a lo que Rosas respondía como siempre, que aún no era tiempo, estando en plena guerra civil. Pero cuando lograba imponerse sobre sus enemigos, pronto encontraba alguna razón como para atacar a alguna provincia acusando a su gobernador de “traidor” por no perseguir como él a los unitarios, y pronto desataba una vez más la guerra que era vista por los provincianos no como una guerra de federales contra unitarios, sino de Buenos Aires contra el interior.
Rosas también desató la guerra contra Bolivia, país que recibía a los exiliados unitarios que buscaban refugio para salvar su vida.
En 1839 debió enfrentar la sublevación de los estancieros del sur bonaerense, Los Libres del Sur, y del ejército unitario dirigido por el General Lavalle, coincidentemente con la invasión de naves francesas que buscaron forzar la navegación de los ríos del Litoral y obtener ventajas comerciales para los comerciantes franceses.
En 1845, Inglaterra, celosa por no ser desplazada por Francia en el comercio local, se unió a la segunda invasión europea que bloqueó el comercio por el río Paraná, buscando ahogar económicamente a la Confederación. Al igual que en 1839, Rosas termina imponiéndose, exigiendo el reconocimiento de la soberanía argentina y el pago de los gastos de guerra por parte de los invasores. También lo favoreció la presión de los comerciantes británicos en el Río de la Plata, que veían perjudicados sus intereses con el bloqueo, cuando Rosas siempre los había beneficiado en tiempos de paz.
Convertido en una figura latinoamericana de renombre mundial, que había defendido la soberanía argentina ante las dos mayores potencias del mundo en dos oportunidades, en una época en las que éstas lograban someter como colonias a las naciones africanas y asiáticas, Rosas había quedado como la única figura fuerte de la Confederación, sin nadie que le discutiera, pues López y Ramírez ya habían muerto, y Quiroga había sido asesinado, sin dejar como heredero de su importancia política a ninguna figura de similar poder e influencia.
Por último, había ordenado el bloqueo al puerto de Montevideo, competidor del puerto de Buenos Aires, pues los estancieros del litoral, frecuentemente utilizaban el puerto uruguayo para exportar sus cueros y carne salada en condiciones más ventajosas que las impuestas por Buenos Aires. Además, Montevideo seguía siendo el refugio de los exiliados unitarios, y desde allí organizaban campañas contra Rosas.
           
 LA CAÍDA DE ROSAS Y LA SOLUCIÓN DE LOS PROBLEMAS ECONÓMICOS Y POLÍTICOS DEL PERÍODO ROSISTA
La formación de la alianza antiporteña y la caída de Rosas. Pero la política de Rosas de ahogar al litoral con su monopolio de puerto único y aduana única, contraria a la libre navegación de los ríos, más una serie de medidas que perjudicaban enormemente a la economía de Entre Ríos,  provocó finalmente su debilitamiento pese a  haber triunfado en todos los conflictos internos e internacionales, alcanzando su figura una gran trascendencia latinoamericana y mundial. La situación en el litoral era tan extrema, que si no era posible derrocar a Rosas, las provincias del litoral (Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes) buscarían independizarse de la Confederación, formando una República aparte.
La segunda Revolución Industrial brindaba la posibilidad de aumentar considerablemente las ganancias provenientes del comercio exterior. Había llegado el momento de iniciar una gran campaña contra Rosas, para no perderse la posibilidad histórica de iniciar un nuevo período floreciente en lo económico, como nunca antes  había existido.  
Urquiza, gobernador federal de Entre Ríos, une sus fuerzas a las tropas de Uruguay (en guerra contra Rosas por la competencia del puerto de Buenos Aires con el de Montevideo), de Brasil (perjudicado por la negativa de  Rosas a permitir la libre navegación de los ríos), y los grupos unitarios, más algunos federales del interior que veían en un Urquiza una posibilidad de salir de la pobreza y el sometimiento que para el noroeste significaba el rosismo, apoyados  financieramente por la Banca Mauá, de Brasil, representante local de la banca británica.
El 3 de febrero de 1852, en la batalla de Caseros, el “Ejército Grande”, finalmente derrotó a Rosas (quien salvó su vida en una embarcación inglesa que lo llevó a Inglaterra, donde murió 25 años después).  Se convocó al Congreso Constituyente que sancionó la Constitución nacional, mezcla de federalismo y de centralismo, en 1853;  reconociendo además la libre navegación de los ríos y la nacionalización de la aduana y la ciudad, que pasaron a pertenecer a la Nación.
Buenos Aires rechazó la Constitución  que la dejaba sin su ciudad-puerto y su aduana, y se separó de la Confederación Argentina, formando un Estado aparte. Controlando la navegación y las riquezas de su aduana, logró imponerse en la guerra. Por el momento no se decidiría la cuestión de la capital, la Nación debía compensar a Buenos Aires por la pérdida de la aduana, y se aceptaba la libre navegación de los ríos. Bartolomé Mitre, político e historiador unitario, se impone en las elecciones presidenciales de1862 de la Nación unificada bajo la dominación porteña, e impone el poderío de Buenos Aires sobre el interior.
Pero los grupos dirigentes del interior, derrotados en la guerra, se rearman políticamente: se agrupan en la Liga de los Gobernadores, organizando el Partido Nacional (antiguamente llamado Partido Federal), y unen a la corriente ex rosista de Buenos Aires, el Partido Autonomista, formándose el Partido Autonomista Nacional (PAN), que llevará a la presidencia a los candidatos del interior entre 1874 y 1912.
En 1880, bajo la presidencia de Avellaneda, el Ejército Nacional se impone  a las milicias bonaerenses autonomistas que rechazan el proyecto de que Buenos Aires se convierta en la capital de la Nación, y la ley es un hecho, obligando a Buenos Aires a fundar una nueva capital provincial.


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