miércoles, 14 de octubre de 2015

IV. ROSAS Y LA CONFEDERACIÓN ARGENTINA
Entre 1829 y 1853, Juan Manuel de Rosas dirigió los destinos independientes de la Confederación Argentina imponiendo al resto de las provincias una especie de dictadura legal,  por medio del terror y el argumento de la “sagrada causa federal, contra los sucios, asquerosos, inmundos, herejes, salvajes unitarios”, y contra los “traidores”, como llamó a los federales que lo criticaban por imponer de esa manera los intereses exclusivos de Buenos Aires sobre los derechos y reclamos de las provincias.

El apoyo social a Rosas
El principal apoyo a Rosas estuvo dado por los grandes estancieros y comerciantes bonaerenses, beneficiados por su política económica de Buenos Aires como puerto único y aduana única, y por la forma que halló de controlar la inseguridad que había afectado sus intereses a consecuencia de la política llevada adelante por el Partido Unitario en el gobierno. No sólo los bandidos afectaban sus propiedades: también los malones indígenas para robar ganado y mujeres blancas (“cautivas”) para esposas de sus caciques. Rosas llevó adelante una exitosa campaña contra los indios, que terminaron con relaciones pacíficas entre ambas partes. El gobierno porteño de Martín Rodríguez, en 1820, había emprendido una campaña de exterminio contra los indígenas. Pero tras el golpe de estado unitario de Lavalle en 1828, la crisis política con su consiguiente falta de control en las zonas rurales fue aprovechada por los indios para volver a atacar.  El éxito de Rosas le ganó nuevas simpatías entre los estancieros y la población rural en general.
El abandono del proyecto unitario de nacionalizar las mejores tierras como parte del patrimonio de la ciudad capital, les daba a los estancieros la posibilidad de apropiárselas.
También contó con el apoyo de los sectores populares de la ciudad y el campo. Los gauchos dejaron atrás el período de la persecución terrorista unitaria. La expansión del saladero (estancias donde se salaba la carne vacuna para su conservación) permitió nuevas fuentes de empleo aparte de la estancia tradicional. También, la posibilidad de entrar en la policía.
Esto se complementaba con una actitud de acercamiento e identificación de Rosas con los gauchos. “Para poder controlarlos y ser obedecido por ellos tuve que convertirme en un gaucho más, vivir como ellos, hablar como ellos, compartir sus costumbres sin ningún tipo de privilegios”, confesaba Rosas en una carta. También en la ciudad, se hizo querer por su buen trato a los negros, esclavos y libres, presenciando también sus festejos, y contando con los criados de las familias ricas, especialmente las unitarias, para tenerlo al tanto de las ideas políticas dentro de ella.
La Iglesia también le dio su apoyo. Rosas restableció las relaciones diplomáticas con el Vaticano, interrumpidas a partir de la Revolución de 1810; decretó que se guardasen al obispo los honores, distinciones y prerrogativas que le acordaban las leyes coloniales; favoreció en toda forma el culto católico; prohibió la venta de libros y pinturas que ofendían la moral evangélica y las buenas costumbres; hizo obligatoria la enseñanza de la doctrina cristiana; introdujo congregaciones religiosas dedicadas a la enseñanza.

La propaganda política se hizo frecuentemente con un lenguaje religioso. Todas las comunicaciones y documentos oficiales, inclusive el pregón de los serenos que daban la hora y el estado del tiempo, debían encabezarse con la frase: “¡Viva la Santa Federación!”. El retrato de Rosas debía estar en el altar de las iglesias.  “Religión o muerte” y “Muerte a los impíos herejes unitarios” era el slogan de guerra del caudillo federal riojano Facundo Quiroga.

LA CONFEDERACIÓN, UN ESTADO EN PERMANENTE GUERRA
Rosas desató una persecución implacable a los miembros del Partido Unitario. Clausuró los periódicos opositores a su gobierno y  encarceló a sus responsables.  Amenazados de muerte por su policía política, la Mazorca, muchos cruzaron secretamente el río de la Plata y se exiliaron en Uruguay. Los de las provincias del norte huyeron a  Bolivia; los de Cuyo y La Rioja, lo hicieron a Chile. Desde allí organizaron campañas periodísticas destinadas sobre todo a desprestigiar a Rosas ante los miembros de las comunidades inglesa y francesa, principalmente, para que éstos intercedieran ante los representantes de sus gobiernos para que intervinieran contra Rosas.
Aprovechando el descontento de las provincias del interior, y de Corrientes, los unitarios se hicieron fuertes en esa región del país mediante golpes de estado en cada provincia, y formaron la Liga Unitaria o Liga del Interior para luchar contra Rosas, visto desde el interior como el más crudo representante de los intereses exclusivos de Buenos Aires contra los intereses de las demás provincias.  
Rosas logró un acuerdo con el caudillo de Santa Fe Estanislao López, y con el de Entre Ríos Francisco Ramírez, para unir fuerzas en la Liga Federal, para combatir a sus enemigos. López y Ramírez pusieron como condición el llamado a un Congreso Constituyente que sancionara una constitución federal que garantizara la libre navegación de los ríos.
También consiguió el apoyo de Facundo Quiroga, derrotado por las tropas unitarias y radicado en Buenos Aires, pero con una enorme influencia en los pueblos del interior. Quiroga también le reclamaba con insistencia una Constitución federal, a lo que Rosas respondía como siempre, que aún no era tiempo, estando en plena guerra civil. Pero cuando lograba imponerse sobre sus enemigos, pronto encontraba alguna razón como para atacar a alguna provincia acusando a su gobernador de “traidor” por no perseguir como él a los unitarios, y pronto desataba una vez más la guerra que era vista por los provincianos no como una guerra de federales contra unitarios, sino de Buenos Aires contra el interior.
Rosas también desató la guerra contra Bolivia, país que recibía a los exiliados unitarios que buscaban refugio para salvar su vida.
En 1839 debió enfrentar la sublevación de los estancieros del sur bonaerense, Los Libres del Sur, y del ejército unitario dirigido por el General Lavalle, coincidentemente con la invasión de naves francesas que buscaron forzar la navegación de los ríos del Litoral y obtener ventajas comerciales para los comerciantes franceses.
En 1845, Inglaterra, celosa por no ser desplazada por Francia en el comercio local, se unió a la segunda invasión europea que bloqueó el comercio por el río Paraná, buscando ahogar económicamente a la Confederación. Al igual que en 1839, Rosas termina imponiéndose, exigiendo el reconocimiento de la soberanía argentina y el pago de los gastos de guerra por parte de los invasores. También lo favoreció la presión de los comerciantes británicos en el Río de la Plata, que veían perjudicados sus intereses con el bloqueo, cuando Rosas siempre los había beneficiado en tiempos de paz.
Convertido en una figura latinoamericana de renombre mundial, que había defendido la soberanía argentina ante las dos mayores potencias del mundo en dos oportunidades, en una época en las que éstas lograban someter como colonias a las naciones africanas y asiáticas, Rosas había quedado como la única figura fuerte de la Confederación, sin nadie que le discutiera, pues López y Ramírez ya habían muerto, y Quiroga había sido asesinado, sin dejar como heredero de su importancia política a ninguna figura de similar poder e influencia.
Por último, había ordenado el bloqueo al puerto de Montevideo, competidor del puerto de Buenos Aires, pues los estancieros del litoral, frecuentemente utilizaban el puerto uruguayo para exportar sus cueros y carne salada en condiciones más ventajosas que las impuestas por Buenos Aires. Además, Montevideo seguía siendo el refugio de los exiliados unitarios, y desde allí organizaban campañas contra Rosas.
           
 LA CAÍDA DE ROSAS Y LA SOLUCIÓN DE LOS PROBLEMAS ECONÓMICOS Y POLÍTICOS DEL PERÍODO ROSISTA
La formación de la alianza antiporteña y la caída de Rosas. Pero la política de Rosas de ahogar al litoral con su monopolio de puerto único y aduana única, contraria a la libre navegación de los ríos, más una serie de medidas que perjudicaban enormemente a la economía de Entre Ríos,  provocó finalmente su debilitamiento pese a  haber triunfado en todos los conflictos internos e internacionales, alcanzando su figura una gran trascendencia latinoamericana y mundial. La situación en el litoral era tan extrema, que si no era posible derrocar a Rosas, las provincias del litoral (Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes) buscarían independizarse de la Confederación, formando una República aparte.
La segunda Revolución Industrial brindaba la posibilidad de aumentar considerablemente las ganancias provenientes del comercio exterior. Había llegado el momento de iniciar una gran campaña contra Rosas, para no perderse la posibilidad histórica de iniciar un nuevo período floreciente en lo económico, como nunca antes  había existido.  
Urquiza, gobernador federal de Entre Ríos, une sus fuerzas a las tropas de Uruguay (en guerra contra Rosas por la competencia del puerto de Buenos Aires con el de Montevideo), de Brasil (perjudicado por la negativa de  Rosas a permitir la libre navegación de los ríos), y los grupos unitarios, más algunos federales del interior que veían en un Urquiza una posibilidad de salir de la pobreza y el sometimiento que para el noroeste significaba el rosismo, apoyados  financieramente por la Banca Mauá, de Brasil, representante local de la banca británica.
El 3 de febrero de 1852, en la batalla de Caseros, el “Ejército Grande”, finalmente derrotó a Rosas (quien salvó su vida en una embarcación inglesa que lo llevó a Inglaterra, donde murió 25 años después).  Se convocó al Congreso Constituyente que sancionó la Constitución nacional, mezcla de federalismo y de centralismo, en 1853;  reconociendo además la libre navegación de los ríos y la nacionalización de la aduana y la ciudad, que pasaron a pertenecer a la Nación.
Buenos Aires rechazó la Constitución  que la dejaba sin su ciudad-puerto y su aduana, y se separó de la Confederación Argentina, formando un Estado aparte. Controlando la navegación y las riquezas de su aduana, logró imponerse en la guerra. Por el momento no se decidiría la cuestión de la capital, la Nación debía compensar a Buenos Aires por la pérdida de la aduana, y se aceptaba la libre navegación de los ríos. Bartolomé Mitre, político e historiador unitario, se impone en las elecciones presidenciales de1862 de la Nación unificada bajo la dominación porteña, e impone el poderío de Buenos Aires sobre el interior.
Pero los grupos dirigentes del interior, derrotados en la guerra, se rearman políticamente: se agrupan en la Liga de los Gobernadores, organizando el Partido Nacional (antiguamente llamado Partido Federal), y unen a la corriente ex rosista de Buenos Aires, el Partido Autonomista, formándose el Partido Autonomista Nacional (PAN), que llevará a la presidencia a los candidatos del interior entre 1874 y 1912.
En 1880, bajo la presidencia de Avellaneda, el Ejército Nacional se impone  a las milicias bonaerenses autonomistas que rechazan el proyecto de que Buenos Aires se convierta en la capital de la Nación, y la ley es un hecho, obligando a Buenos Aires a fundar una nueva capital provincial.


III. LA LARGA ESPERA: UN PAÍS INDEPENDIENTE, PERO DESUNIDO Y SIN UN ESTADO NACIONAL
A partir de ese momento, las diferencias entre los distintos proyectos de país, resueltas frecuentemente por las armas, impidieron la formación de una autoridad nacional. Tampoco tuvo lugar el progreso económico que se esperaba tras la independencia.
El país estaba muy atrasado en lo que hace a su desarrollo económico y social. La inexistencia de rutas terrestres y de ríos navegables obstaculizaba el comercio entre las regiones de un territorio sumamente extenso. El transporte de mercaderías desde Alto Perú (actual Bolivia) hasta Buenos Aires se efectuaba en carretas, un medio sumamente lento y costoso. (Llegaba mucho antes un barco inglés que una carreta). Los precios eran sumamente elevados.
No había un gran desarrollo productivo generador de riquezas. El comercio exterior se basaba en el Río de la Plata en la exportación de cueros vacunos, astas y grasa a Inglaterra, (más tarde carne salada a las plantaciones esclavistas del sur de Estados Unidos y de las Islas Antillas –Cuba, Santo Domingo, Haití– y se importaban productos industrializados ingleses, mucho más baratos que las artesanías criollas.
Siendo la ganadería casi la única actividad productiva en el Río de la Plata, y estando la propiedad de las grandes extensiones de tierra (latifundios) en muy pocas manos de los comerciantes vinculados al poder,  y la mayoría de la población trabajadora como mano de obra sólo empleada cuando era necesario, y pequeños artesanos sin capital,  no había espacio para el surgimiento de una clase media propietaria, con suficiente dinero como para desarrollar la producción y el comercio local. Por lo tanto, la mayor fuente de ingresos para el gobierno provenía del cobro de impuestos al comercio exterior por medio de la Aduana de Buenos Aires, la única habilitada al comercio con otras naciones, aprovechando su posición privilegiada de puerta que comunicaba a todo el país con el comercio con Europa. Puerto único y aduana única, cuyos beneficios quedaban exclusivamente en manos de Buenos Aires, permitían el enriquecimiento de las clases propietarias bonaerenses (comerciantes y estancieros), cuyos productos exportados pagaban menos impuestos que los de la competencia del litoral (Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes), y se obtenían fuertes ganancias revendiendo en el resto del país las manufacturas industriales británicas.
El noroeste, y Cuyo, por el contrario, no tenían nada que ofrecer al mercado europeo, y la introducción de mercaderías inglesas baratas perjudicaba la colocación de sus artesanías en el mercado local. Estas regiones tenían un activo comercio con Chile y el Alto Perú. Reclamaban el fin del libre comercio que los empobrecía, y su reemplazo por una política proteccionista que protegiera su producción local, encareciendo con altos impuestos los productos importados.
     
 Es posible diferenciar las siguientes corrientes políticas en el Río de la Plata en el período que va desde la independencia hasta 1853, según los intereses económicos de las distintas regiones del país.


CENTRALISTAS ARISTOCRÁTICOS PORTEÑOS
SAN MARTÍN,
BELGRANO, GÜEMES
FEDERALES DEL LITORAL
FEDERALES DEL INTERIOR (NOROESTE, CUYO, CORRIENTES)
FEDERALES DE BUENOS AIRES (AUTONOMISTAS)
Sólo representan a las clases ricas y cultas de Bs. As.(comercian-
tes, abogados, militares y sacerdotes, etc.)
Proponen un estado monárquico, coronando a algún príncipe europeo, para evitar la guerra por la Independencia y que además les permita, con todo el apoyo político local e internacional, imponer su autoridad sobre la mayoría de la población, a la que excluyen de los beneficios.
Si no lo consiguen, están dispuestos a negociar la indepen-dencia a cambio de conservar altos cargos como funcionarios.
La guerra por la inde-pendencia los arruina, y no le dan apoyo a la campaña libertadora continental de San Martín.
Su política económica está estrechamente vinculada con el co-mercio europeo, no con el resto de las regiones del país, y menos aún con el resto de los países sudamericanos.
Prefieren el desmem-bramiento de las regiones que componían el Virreinato en varios países independientes: Bolivia, Uruguay, Paraguay. (Muchos habitantes de esas regiones preferían la independencia antes que depender de Buenos Aires).
-Fracasado el proyec-to monárquico por la resistencia que hace caer el gobierno centralista, cambian la forma monárquica por la republicana, pero siempre intentando gobernar a las provin-cias desde Buenos Ai-res, convertida en único centro de poder en todo el país. A esto lo llamaban “unidad de régimen” y por eso se llamaron “Partido Unitario”.
Nacionalizan la aduana de Bs. As., pero no para repartir sus ingresos entre las provincias sino para garantizar el poder de la capital sobre las provincias.
Expropian una gran franja de tierras cercanas a la ciudad (las más valiosas) para que pasen a formar parte de la capital de la Nación, como garantía para contraer préstamos ante bancos extranjeros. Estas me-didas provocan que los estancieros bonaerenses les quiten su apoyo.  
Forman parte de las logias masónicas que se proponen la independencia y el progreso económico, con las nuevas ideas surgidas de la Revolu-ción Francesa. Admiran a la monarquía constitucional inglesa, por su estabilidad, sin guerras ci-viles entre mo-nárquicos y republicanos. Temen que la república ter-mine en una guerra civil (lo cual efectiva-mente suce-día). Proponen coronar a un descendiente de los Incas, dándole uni-dad política a casi media América (el Imperio Inca se extendía desde Ecuador hasta Santiago del Estero y Tucumán), re-conociendo los derechos de las poblacio-
nes indígenas.
Cuentan con el apoyo del grupo more-nista.
No participan de la guerra
civil, desobe-deciendo las órdenes del gobierno cen-tralista porte-ño. Son apoyados por los caudi-llos federales en la guerra por la inde-pendencia
Proponen un lla-mado a un Con-greso en el que los diputados de todo el país san-cionen una Constitución fe-deral, que reco-nozca las auto-nomías provin-ciales (el dere-cho de cada pro-vincia a organi-zar su propio gobierno local, y legisle según las particularidades propias, y tenga autoridades na-cionales que re-partan las ganan-cias de la Adua-na de Buenos Aires entre to-das las provin-cias, y la habili-tación al comer-cio exterior de otros puertos de Sta. Fe, Entre Ríos y Corrien-tes (libre nave-gación de los ríos), terminando con el monopo-lio exclusivo de Buenos Aires 
como único puerto.

En un principio,  siguen como lí-der al caudillo de la Banda Oriental del Uruguay, José Artigas, en su doble guerra por la independencia y contra Buenos Aires. Artigas reparte la tierra de los españoles y realistas entre la mayoría de la población (gau-chos e indios), prohíbe la im-portación de ma-nufacturas ex-tranjeras que
compitan con la   producción local, salvo los productos nece-sarios que no se producen en el país. Propone que la capital esté fuera de Buenos Aires.
Buenos Aires logra dividirlos y hacer que lu-chen entre ellos, y eso permite a los porteños continuar con su predominio so-bre el resto del país. 
Coinciden con los federales del litoral en la ne-cesidad de san-cionar una Constitución federal que reconozca las autonomías provinciales y establezca un gobierno nacional federal que reparta las ganancias de la aduana entre todas las 
provincias. Pero 
rechazan tanto el libre comercio de Bs. As. como introductora de mercaderías im-portadas, como la libre navega-ción de los ríos que propone el litoral. Proponen una política pro-teccionista para el desarrollo de las artesanías locales.
Defienden los intereses de los hacendados de la provincia de Buenos Aires. Representan otra forma de continuar con los privilegios de Bs. As. sobre el resto de las provincias, después del fracaso de la experiencia unitaria. Al rechazar la organización de un Estado unitario, con-servan la ciudad, el puerto y la aduana
para su beneficio ex-clusivo.
Proponen el recono-cimiento de las auto-nomías provinciales, pero se oponen a la nacionaliza-
ción de las rentas de la aduana para su reparto entre las provincias, y a la libre navegación de los ríos que recla-ma el litoral. Cada provincia es autóno-ma, y ninguna otra puede decidir sobre lo que debe hacer con sus recursos. Por lo tanto, las rentas de la aduana de Bs. As. deben ser sólo para Buenos Aires, y el puerto le pertenece a Bs. As.
Proponen el estable-cimiento de una Con-federación (acuerdos entre estados provin-ciales   autónomos, sin una autoridad na-cional) En ese país confederado, Bs.As., al seguir siendo la provincia más rica, estaba en condiciones de imponerse a las demás: puede enviar a las provincias pobres el dinero necesario para pagar los gastos de manteni-miento del Estado provincial, a condi-ción de que la  apo-yen contra los reclamos de otras provincias.
Entre 1824 y 1829, su líder es el Coronel Manuel Dorrego, fe-deral moderado que propone el diálogo democrático y pacífico con los unitarios. En 1829 el General Lavalle encabeza el golpe de estado unitario contra el caudillo popular federal, y lo   fusila; desata una feroz represión contra los federales, desencadenando una vez más la guerra civil y los actos de bandidaje por grupos de gauchos federales contra los unitarios.
Surge entonces un nuevo líder autonomista, el estanciero Juan Manuel de Rosas, que impone el orden en la provincia con su ejército particular, los Colorados del Monte. Rosas responde con la guerra a muerte contra los unitarios, y de paso, contra los federales de las provincias que se oponen a él, por considerarlo ante todo un hombre de Bs. As. más que un federal.
II. LA REVOLUCIÓN AMERICANA DE 1810

Conocida la noticia de la caída de la Junta Central de Cádiz, se produjeron en América movimientos protagonizados  por los grupos criollos tendientes a establecer gobiernos locales bajo la forma de Juntas de gobierno similares a las que habían caído en España.
Estos movimientos no se declararon independientes, sino que, como las Juntas españolas, asumieron el gobierno “a nombre de nuestro amado rey Fernando VII, actualmente prisionero”.
Había causas internas y externas por las que esto era así:
-El éxito de estos movimientos dependía del apoyo diplomático, del envío de préstamos y armas por parte de Gran Bretaña, cuyo objetivo principal era derrotar a Napoleón, y cuidaba su alianza con España. Al ser derrotada Francia, como ocurrió finalmente en 1815, se impondrían en Europa los partidarios de las monarquías absolutas, y de haber apoyado la independencia americana, Inglaterra hubiera quedado en un situación de conflicto no deseada con el resto de las monarquías europeas. En cambio, mientras los criollos no declarasen la independencia, los diplomáticos británicos podían interceder ante los españoles en beneficio de los criollos.  Por lo tanto, se adoptó esta “máscara de Fenando VII” para ocultar las verdaderas intenciones independentistas y no comprometer el apoyo británico.
-La falta de acuerdo entre los nuevos gobernantes. No todos compartían el objetivo de independizarse de España. Los que sí lo compartían, al comienzo, preferían un sistema monárquico de gobierno, pero era aconsejable declarar la independencia en el momento que un príncipe europeo aceptara ser coronado en estas tierras, pues contaría con el poder de su país de origen. Tampoco había acuerdo sobre quién debía ser ese príncipe.
Además, pronto surgieron en las provincias del litoral (Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, y la Banda Oriental del Uruguay) jefes político-militares populares, que luchaban no sólo por la Independencia, sino también contra los hombres de Buenos Aires, exigiendo un sistema republicano y federal que representara a las provincias.   
Una situación similar se vivía en las demás regiones de los virreinatos.

Las revoluciones americanas de 1810.
En los distintos procesos revolucionarios americanos de 1810, se observan una serie de características comunes pese a sus diferencias.
La influencia ideológica de la Revolución Francesa
Los acontecimientos, conflictos sociales y proyectos políticos surgidos durante la Revolución Francesa de 1789, estarán muy presentes en los hombres de la época, ya fuera como modelos a imitar o como comparación de la realidad local con un hecho europeo que sacudió profundamente la vida política y social.
Las ideas democráticas de soberanía popular, división de poderes, la obligación de los gobernantes de respetar las leyes, poniéndole límites al poder, de libertad de expresión, surgimiento de partidos políticos que representen los intereses de distintos sectores de la sociedad, tiraron por tierra la antigua organización social y política basada en el derecho de los monarcas a ejercer un poder absoluto, basándose en la creencia de que su poder provenía de la voluntad de Dios y no de los hombres, lo mismo que la división en clases sociales a las que se pertenecía por nacimiento (derecho de sangre o de cuna), y no por su mérito personal: los nobles (entre los que se contaba el rey), los miembros de la Iglesia (también nobles), que estaban exentos de pagar impuestos, tenían campesinos que debían trabajar para ellos, los únicos con derecho a ser propietarios de las tierras, y tenían el derecho exclusivo a ocupar cargos públicos como funcionarios de gobierno y de la justicia.
Las nuevas ideas democráticas también habían abierto la puerta, durante la Revolución Francesa, a un sangriento conflicto social: la gran burguesía (compuesta por grandes capitalistas: banqueros, comerciantes poderosos) aliada a la nobleza, proponía un estado democrático, con división de poderes y voto popular, pero en el que sólo las clases ricas tuvieran derecho a participar; los trabajadores, jornaleros, pequeños artesanos y pequeños comerciantes y abogados de pocos recursos económicos, proponían el fin total de la monarquía, estableciendo una república igualitaria con derecho al voto tanto para ricos como para pobres; el conflicto social, convertido en persecución y condena a muerte de todo el que pensara distinto (incluso dentro del grupo republicano) había desembocado en un gobierno autoritario dispuesto a llevar adelante los cambios revolucionarios pretendidos por la burguesía aliada a la nobleza, pero con el poder absoluto de un nuevo monarca surgido de la revolución, con enorme apoyo popular, especialmente en el ejército, un nuevo factor de poder para decidir sin recurrir a los debates democráticos que tan mal habían terminado: el emperador Napoleón Bonaparte.
Estos nuevos conflictos hacían que la Revolución fuera un hecho temido por los sectores más poderosos de la sociedad, aun los que apoyaban la lucha de los criollos contra la monarquía española, pues significaba desatar la lucha contra los sectores tradicionalmente sometidos en la sociedad americana.
     
Los grupos de la masonería
El proyecto de la independencia americana surgió de grupos secretos (logias) con ideas liberales y democráticas que se proponían terminar con las monarquías absolutas apoyadas por la Iglesia, desarrollando el conocimiento basado en la razón y la ciencia. Estos grupos operaban principalmente en Europa, y muchos de ellos tenían sede en Londres, pues eran coherentes con los planes del capitalismo inglés, interesado en terminar con el predominio español y abrir las puertas del comercio colonial. Estos grupos pertenecientes a la masonería, contaron en sus filas a muchos de quienes serán los principales  dirigentes revolucionarios civiles y militares.
 Los intereses industriales y comerciales de Gran Bretaña
A partir de 1776, aproximadamente, Inglaterra comienza el camino de su industrialización, con el uso de maquinarias que multipliquen la capacidad de trabajo del obrero, aumentando rápidamente la producción. Esto representaba una necesidad para poder abastecer a un mercado (colonial, no sólo europeo) creciente, favorecido por el contrabando, y la moderada apertura española al libre comercio. Inglaterra apoyaba, tan secretamente como las logias masónicas, el fin de la dominación española en América, pero no podía hacerlo abiertamente, pues a partir del surgimiento de Francia bajo el reinado de Napoleón, como nación industrialista rival, se había aliado a España para combatirlo.
Los grupos criollos de las ciudades puerto americanas que encabezaron la Revolución, abrieron el comercio libre al resto del mundo, especialmente a Inglaterra. Esto también será fuente de nuevos conflictos internos, pues a las regiones interiores más alejadas del puerto, y a otras rivales, no las beneficiaba esta política económica.
El surgimiento de ejércitos populares, en los que los militares y soldados no son sólo miembros de las clases altas: se moviliza armados a miembros de todas las clases sociales, inclusive a las mayorías populares, que en el sistema colonial español no eran convocados. Ahora ejercen su presión política, siendo liderados por caudillos (jefes) militares y políticos miembros de las clases ricas de cada provincia, que no sólo llevarán adelante la guerra contra España, sino además, contra los proyectos aristocráticos que no los tienen en cuenta.  

LA REVOLUCIÓN EN MÉXICO, VENEZUELA, PERÚ, CHILE Y EL RÍO DE LA PLATA
La Revolución en México
La Revolución producto de la actividad de las logias masónicas, estalla coordinadamente en toda América española en 1810, al conocerse la noticia de la caída de la resistencia española contra Napoleón. No sólo el rey Fernando VII está prisionero de los franceses, sino que además ha caído la Junta de Sevilla, que organizaba el gobierno a nombre del rey hasta que se pudiera producir su liberación.
La primera en estallar es la revolución mexicana, dirigida por los sacerdotes Hidalgo y Morelos, que encabezaron la resistencia de los campesinos indígenas contra la explotación y el despojo de los grupos terratenientes españoles. El conflicto social, que adquirió características muy violentas, fue una causa muy importante en su derrota. Muchos criollos que deseaban la independencia, o al menos otras condiciones más favorables dentro de la dominación colonial, van a dudar en sumarse al proyecto indigenista. Muchos, directamente, prefirieron oponerse al proyecto revolucionario. En esas condiciones, la revolución de 1810 en México fracasó, recuperandosu poder los funcionarios españoles.
La Revolución en Venezuela
En Nueva Granada (actualmente Venezuela y Colombia) el aristócrata criolloSimón Bolívar, educado en las nuevas ideas liberales, retoma la lucha por la independencia. Bolívar al comienzo, es derrotado, debido a lafalta de apoyo popular. Los españoles convencen a la población campesina (los llaneros, equivalentes a nuestro gauchos en el Río de la Plata) de luchar de su lado, hasta que Bolívar logra ganarlos para la causa de la independencia. El factor social se confundía también con el racismo: una proporción elevadamente significativa de la población la constituían los negros, utilizados como esclavos desde los lejanos tiempos coloniales.   También, un clásico en la historia de la independencia americana, las diferencias políticas y de intereses entre los grupos vinculados al comercio exterior de los puertos, y los del interior, que tenían más relación con la producción de artesanías y el comercio local.  
La Revolución en Perú
Lima era el principal centro comercial en Sud América. La explotación de las minas de plata había creado una aristocracia minera y comercial inmensamente rica, gracias a la explotación de la mano de obra indígena y de esclavos africanos. A esta fuente de riquezas gigantescas se le sumaba un factor común en toda América: en los territorios donde habían existido grandes civilizaciones sedentarias basadas en la agricultura, (como el Imperio Inca, que se había extendido desde Ecuador, Perú, Bolivia, hasta el noroeste de la actual Argentina), la explotación de las comunidades indígenas como productoras de alimentos, materias primas y artesanías. En muchos casos, las tierras han sido apropiadas por los españoles, para organizar “haciendas” (establecimientos rurales en los que se practicaba la agricultura, la ganadería y la producción de artesanías y alimentos para su comercialización).
Eso hizo que los sectores criollos ricos se definieran como contrarios a la Revolución, pues también veían, como en México, el peligro de perder sus privilegios basados en la expropiación de tierras y la explotación del trabajo de la mayoría nativa, negra y mestiza. Por lo tanto, Lima no fue un centro revolucionario sino por el contrario, el principal centro económico y militar de los sectores realistas (favorables a continuar siendo colonia de España). Desde allí se dirigían las fuerzas militares que reprimieron no sólo los levantamientos indígenas, sino además los intentos criollos por crear un gobierno y hasta un Estado independiente de España. Todos los intentos de los criollos de combatirlos eran fácilmente vencidos por el apoyo de las clases ricas, desde el noroeste del Virreinato del Río de la Plata, Bolivia y Perú a los  realistas peruanos, criollos que luchaban contra la Revolución. La Independencia fue producto de la campaña libertadora del General San Martín, quien tomando conciencia de lo imposible que era cualquier campaña exitosa por tierra, lleva adelante el plan continental de cruzar la Cordillera de los Andes, liberar Chile y dirigirse por mar al Perú. De todos modos, San Martín no se propone gobernar, sino sentar las bases institucionales para que los criollos peruanos tomen las riendas de su país. Una vez más, las frecuentes diferencias y conflictos los comerciantes del puerto y de la sierra, debilitaron la Revolución y permitieron que los realistas retomaran la lucha contra el nuevo Estado independiente, hasta ser definitivamente derrotados por la campaña libertadora de Simón Bolívar, entre 1824 y 1825.
La Revolución en Chile
En Chile, la Revolución de 1810 fue llevada adelante por el grupo aristocrático de la sociedad colonial, que pronto dividió sus opiniones entre partidarios de un régimen de monarquía limitada por una Constitución y un Poder Legislativo y otro Poder Judicial, pero formando parte siempre de España; por otro, los partidarios de una república independiente.
En ambos proyectos quedaban afuera las mayorías populares criollas, de origen mestizo. José Miguel Carrera y su hermano terminaron siendo los líderes populares de este sector de la sociedad, haciéndose cargo del poder por medio de un golpe de estado.
Así dividida la sociedad chilena, pronto fue derrotada la Revolución por los realistas, que retomaron el poder. La definitiva independencia fue lograda por el General San Martín, en 1817, quedando el gobierno a cargo de Bernardo O´Higgins, representante de la corriente conservadora enfrentada a los hermanos Carrera.

La Revolución en el Río de la Plata.
Conocida la noticia de la caída de la resistencia española ante Napoleón, los criollos, apoyados por las milicias populares formadas para rechazar las invasiones inglesas de 1806 y 1807, convocaron a un Cabildo abierto para que los vecinos (miembros de las clases altas) de Buenos Aires, discutieran el camino a seguir.
El bando criollo, entre debates y presiones de los grupos armados, logró finalmente imponerse, formándose una Junta de gobierno local, compuesta principalmente por criollos y algunos españoles que estaban de acuerdo.
En el interior de la Junta se perfilaron dos grupos  en pugna por el control político y la marcha de la Revolución.
Por un lado, el sector que respondía al Presidente de la Junta, Cornelio de Saavedra, partidario de no avanzar en reformas sociales igualitarias que incorporara a la vida política los derechos de las mayorías populares. Al contrario, buscaban conservar el apoyo de las clases poderosas de la sociedad colonial (Saavedra mismo era un rico comerciante del Alto Perú, donde estaba la mina de plata que había consumido la vida de millones de indios en 300 años, en las peores condiciones de trabajo y de vida). Coherentemente con esto, consideraban que aún no era prudente declarar la independencia, y continuar con la “máscara de Fernando VII”: aprovechar que el rey español estaba cautivo para tomar el poder en manos propias, prometiendo que volvería a ser reconocido como tal cuando pudiera ser liberado.
Por otro lado, el grupo que respondía al secretario de la Junta, el joven abogado sin recursos Mariano Moreno. A este grupo también pertenecían otros miembros de la Junta, como Manuel Belgrano, Juan José Castelli, Juan José Paso, Manuel Alberti, Larrea y Azcuénaga, si bien consideraban que momentáneamente era necesario fingir estar custodiando estas colonias para el rey, no ocultaban demasiado sus verdaderas intenciones de declarar la independencia. Proponían la igualdad de derechos con los indios, reconocerles la propia organización política, o al menos elegir sus propios representantes. El peso económico de la guerra debía correr a cargo de los impuestos pagados por los españoles. Fueron partidarios de condenar a muerte a Santiago Liniers y su grupo, por haberse levantado en armas contra la Revolución. Sus posturas, muy similares a las de los grups más extremos de la Revolución Francesa, causaron alarma entre las clases ricas tradicionales.
La diferencia entre ambos se resolvió con la derrota política de Moreno, y su muerte, existiendo la clara sospecha de que fue envenenado por el grupo saavedrista. La pueblada posterior en apoyo de Saavedra permitió desplazar de la Junta al grupo morenista.


   I-EL SISTEMA COLONIAL ESPAÑOL EN  AMÉRICA (SIGLOS XVI Y XVII)
   El descubrimiento y conquista de nuevas tierras por parte de España y Portugal a partir de fines del siglo XV, fue el inicio de la conformación de una economía mundial, en la que los mercados de todo el planeta están relacionados.
   Esta integración económica mundial no se dio de un modo simétrico, en igualdad de condiciones;  por el contrario, tuvo lugar en condiciones de desigualdad, de dominación. Los europeos impusieron su dominación en los nuevos territorios mediante la organización de imperios coloniales, es decir, extendiendo el poder de su Estado a otras naciones que pasan a formar parte de la nación dominadora. Es decir, habrá dominadores y dominados. Entonces, es posible reconocer dos términos:
-La metrópolis, es decir, la capital del imperio. Es decir, la ciudad desde donde ejerce su poder la máxima autoridad, el rey. En las nuevas tierras conquistadas y anexadas al Imperio, la metrópolis estará muy lejos de América, serán gobernadas desde afuera.
-Estos territorios que han perdido su soberanía para ser gobernadas desde el extranjero, pasan a ser colonias.

Importancia de las colonias americanas en la economía europea 
   El aprovechamiento de las riquezas americanas, con sus cantidades de oro y plata nunca vistas antes en la historia mundial, el dinero proveniente de:
 -la explotación comercial de la gran cantidad de recursos naturales en un territorio tan extenso,
-el transporte y venta de productos en la población residente en América;
-el cobro de impuestos,
tuvo un efecto decisivo en la transformación económica europea, que cuyas naciones colonialistas pasaron a ser las potencias más ricas y poderosas de la Tierra.

La organización económica, social y política de las colonias españolas en América
   Para asegurar su dominación y el aprovechamiento exclusivo de sus riquezas, las metrópolis consideraron a sus colonias como espacios  cerrados, impidiendo la presencia de otras naciones en ellas.
   Las ideas económicas vigentes en esa época eran las mercantilistas: la riqueza de las naciones provenía del comercio favorable, comprando barato y vendiendo caro.  Para el mercantilismo la organización más aconsejable era el establecimiento de un sistema comercial monopólico, y de esa manera los europeos organizaron las relaciones comerciales entre la metrópolis y las colonias. El monopolio consistió en la habilitación al comercio de un único puerto. Al ser el territorio americano tan extenso, debió habilitarse  más de uno. Había rutas comerciales obligatorias. Las naves salían sólo dos veces al año. Las colonias fueron organizadas exclusivamente como productoras de materias primas, prohibiéndoseles la producción de manufacturas, lo cual aumentaba las ganancias de la metrópolis.

   La explotación de las riquezas americanas, desde México hasta el noroeste argentino se hizo con el trabajo de las comunidades indígenas bajo diversas formas de servidumbre. Los nativos debían trabajar en extensas jornadas en la extracción de oro o de plata, en condiciones que provocaron la disminución muy marcada de su número. También en el trabajo artesanal o agrícola y ganadero en las “encomiendas” y “haciendas”. En este caso, seguían existiendo como comunidades en su lugar de origen, alimentándose de su propio trabajo en sus parcelas, y produciendo el excedente a comercializar en la región para el amo que se lo apropiaba. (Un sistema de trabajo propia de la tradicional sociedad feudal europea, desde el siglo II a. de C., al que se le sumaba ahora, en un mundo en expansión gracias al desarrollo del capitalismo comercial, la producción para el mercado productor de grandes ganancias, ya que el mantenimiento de los trabajadores era gratuito).
   Esta explotación de la mano de obra indígena sólo fue posible en esas regiones de montaña, donde los nativos tenían un modo sedentario, asentados en aldeas agrícolas desde hacía siglos. En Argentina, incluyó a las poblaciones del noroeste, hasta Tucumán y Santiago del Estero inclusive y en algunas zonas de Córdoba. En cambio, en las regiones donde los indígenas eran nómadas, (en la selva, en el Chaco, en la pampa húmeda y la Patagonia) su movilidad hizo imposible su sometimiento, y sus aptitudes para la guerra, ahora como jinetes a caballo, hizo sumamente difícil la vida para los españoles, que no dispusieron de otra posibilidad para enriquecerse que el comercio, casi siempre ilegal, y la venta de esclavos (Buenos Aires  llegó a ser uno de los mercados esclavistas más importantes de Sudamérica).    

   En la organización política, al comenzó se les reconoció a los jefes conquistadores la autoridad sobre los territorios dominados, como se acostumbraba en la sociedad feudal europea. Los frecuentes conflictos y crímenes entre ellos por el poder y el control de las riquezas, hizo que la Corona redujera notablemente su poder, controlado por los vecinos ricos y propietarios de tierras, en el Cabildo local, y funcionarios españoles designados por el monarca. En este sistema de gobierno, los criollos (descendientes de españoles habitantes de estas tierras) podían participar de las funciones de gobierno.

II.            LA DEBILIDAD DE ESPAÑA COMO METRÓPOLIS.
Pese a contar con el imperio colonial más extenso y rico de toda la historia, España continuaba siendo una nación débil y atrasada en su estructura económica y social.
España no desarrolló su propia producción manufacturera, y gran parte de las riquezas americanas iban a parar fuera de su territorio, como pago por la compra de manufacturas inglesas y holandesas, principamente. Especialmente Inglaterra, venía dedicándose a la elaboración de productos artesanales. Esto le permitió quedarse con una gran cantidad del oro proveniente de las colonias españolas en América.
Por otra parte, el monopolio en la práctica era frecuentemente burlado: el encarecimiento de los productos, debido a su precio impuesto sin competencia, y a los fletes correspondientes al transporte a través de larguísimas distancias por las rutas terrestres desde un puerto lejano hasta el lugar donde eran vendido, creaba as condiciones para el desarrollo de otra forma comercial, ilegal pero mucho más conveniente: el contrabando. Los barcos ingleses llegaban mucho más rápido que las mercaderías del monopolio. Y no sólo eran considerablemente más baratos, sino que además no pagaban impuestos, muy altos en el régimen monopólico.
Además, la frecuente participación de España en las guerras europeas por la dominación de las rutas marítimas y del comercio colonial, hacía que descuidara el envío de mercaderías, o ésta se viera obstaculizada por los ataques de naves enemigas. Muchas veces los tesoros eran capturados, o terminaban en el fondo del mar, al ser hundidas las naves españolas que los transportaban.
Los piratas (en épocas de guerra, permitidos por las potencias rivales) eran otro peligro para las naves españolas.
Cuando las naves de guerra británicas (mucho más modernas, veloces y con mejor armamento) se imponían en las batallas navales, la flota española quedaba tan debilitada que no estaba en condiciones de custodiar sus naves comerciales, con lo cual, al quedar interrumpido el comercio con las colonias, a los habitantes de América no les quedaba otra posibilidad (deseada, por otra parte) que el contrabando con las naves inglesas.
III.          LAS REFORMAS BORBÓNICAS DE FINES DEL SIGLO XVIII
En el siglo XVIII una nueva dinastía, la casa de Borbón, tomó el poder en la Corona española. Esta familia inició un nuevo período en su elación con América, preocupada por sacar a España de su crisis, extremadamente debilitada a nivel interno y mundial.
A fines del siglo XVIII, la monarquía española llevó adelante una serie de reformas económicas y administrativas, como un medio para aumentar las riquezas de la Corona, combatir el contrabando y controlar la expansión portuguesa sobre la Banda Oriental del Uruguay y la Mesopotamia, para controlar la navegación comercial de los ríos Uruguay, Paraná y Paraguay que comunican al interior de Brasil con el Atlántico.
En lo económico, ante la crisis del monopolio, el auge del contrabando, la imposibilidad española de abastecer a sus colonias, y debido a las concesiones que debió hacer a Inglaterra como consecuencia de las guerras, se habilitó una serie de puertos al comercio con otras colonias y otros países (especialmente Inglaterra), mediante el Reglamento de Comercio libre de 1778. Era un comercio libre limitado, pues no eliminaba totalmente el monopolio, ya que no implicaba la libertad total, sólo de algunos productos.

En lo administrativo, se crearon los Virreinatos. El Virreinato del Río de la Plata tuvo por capital a Buenos Aires, que fue habilitado como puerto al comercio exterior (el único reconocido en el Virreinato). Abarcaba los actuales territorios de Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia.
Desconfiando de los criollos y su historia como contrabandistas, sólo los peninsulares (españoles nacidos en España, la Península ibérica) fueron nombrados funcionarios de gobierno, del Ejército y de la Iglesia, dejando de reconocer ese derecho a los criollos. Los funcionarios y comerciantes encargados del comercio sólo podían ser nativos españoles (peninsulares).
Estas medidas, si bien algunas daban algún alivio a los comerciantes criollos, provocaron en ellos un fuerte rechazo, creando un enfrentamiento total entre criollos y peninsulares. El rechazo a una monarquía que desconocía los derechos de los criollos reconocidos desde hacía casi trescientos años, se generalizó entre ellos. Los criollos comenzaron a entrever la posibilidad de independizarse de España. Los peninsulares, por el contrario, se oponían totalmente a eso.    
       
IV.  INGLATERRA Y LOS ORÍGENES DE LA INDUSTRIALIZACIÓN
A fines del siglo XVIII, surgen en Inglaterra las primeras máquinas que reemplazan y multiplican el trabajo de los artesanos: no sólo aumentan la producción de cada artesano, sino que ahorran salarios, produciendo mucha mayor cantidad de manufacturas en menos tiempo. Por lo tanto, el costo de producción (es decir, la cantidad de dinero que se necesita para producir) disminuye notablemente, abaratando el precio final del producto y amentando las ganancias.
La Revolución Industrial no surgió porque sí, sino como una necesidad para abastecer de mercaderías al mercado de ultramar  (más allá del mar), principalmente americano, pero también asiático, africano y de Oceanía.
Las riquezas americanas hicieron posible la existencia del capital inicial necesario para financiar la industrialización, la construcción de naves y armas más modernas, los viajes comerciales y las guerras.
También gracias al comercio de seres humanos: los ingleses desarrollaron el tráfico de esclavos africanos, vendidos en las colonias americanas, cuya población indígena disminuyó enormemente (y en algunas regiones, desapareció totalmente) después de la conquista, debido a las enfermedades, los crímenes de los conquistadores, y las inhumanas condiciones de vida y de trabajo y el hambre a las que fueron sometidos.
En síntesis, las riquezas obtenidas en la guerra, el tráfico de esclavos y el contrabando, le dieron a la economía inglesa una verdadera inyección de capital como para, gracias a la industrialización, convertirse en la nueva gran potencia mundial, desplazando a España de su poderío.

Las invasiones inglesas de 1806 y 1807
Las ambiciones británicas de apoderarse del mercado español en América aumentaron.
En dos oportunidades, 1806 y 1807, tropas inglesas desembarcaron en Buenos Aires, intentando establecer la dominación británica en Sud América. Ante la incapacidad de las autoridades españolas de organizar ninguna resistencia, la huida del virrey Sobremonte a Córdoba con el tesoro, abandonando a los habitantes de Buenos Aires librados a su suerte. Fue capturado por los ingleses, que enviaron el tesoro a Londres.
Los ingleses impusieron el comercio libre, lo cual alegró a los comerciantes criollos.
Pero si bien apoyaban estas medidas económicas, no estaban dispuestos a pasar a ser colonia inglesa.
Pronto se organizó la resistencia. Los criollos,  bajo el liderazgo del marino francés Santiago de Liniers, formaron milicias armadas compuestas por civiles. También organizaron regimientos compuestos por sus esclavos. Los enfrentamientos dieron por resultado, en las dos invasiones, el triunfo de los criollos sobre las tropas invasoras.
Los criollos, además, se tomaron el derecho de destituir al virrey y de elegir un nuevo virrey, que ni siquiera era un peninsular: Liniers.    
Las invasiones inglesas fueron un paso importantísimo en el camino hacia la formación de un gobierno propio en que tendrá lugar tres años después, en 1810. Los criollos tomaron conciencia, en los hechos, de:
-que España ya no estaba en condiciones de defender sus colonias, y los criollos, no los peninsulares, fueron los únicos que organizaron la resistencia.
-que los criollos estaban capacitados para tomar decisiones y elegir a sus propios gobernantes, y que estas decisiones eran las más acertadas.
-que si habían derrotado al ejército más  victorioso de Europa, que había vencido a las tropas del mismísimo Napoleón, bien estaban en condiciones de enfrentar a una nación totalmente debilitada política y económicamente como España.  
     
V.            LA CRISIS DE ESPAÑA Y LA REVOLUCIÓN AMERICANA DE 1810
Tras la Revolución Francesa de 1789, el general Napoleón Bonaparte, convertido en Emperador de los franceses, Francia desarrolla su industrialización, convirtiéndose en el decidido rival de Inglaterra en la intención de apoderarse del mercado mundial. En guerra contra Gran Bretaña, en 1808 Napoleón invadió España, su aliada contra los ingleses, obligó al rey a abdicar (renunciar al trono) en favor de su hijo Fernando VII, al que tomó prisionero y coronó a su hermano José Bonaparte como nuevo monarca del Imperio español.

El pueblo español no reconoció al nuevo rey, rechazó la dominación francesa, y se organizó políticamente en  Juntas populares de gobierno, mientras Fernando VII estuviera cautivo. La Junta Central de Sevilla, convertida en la máxima autoridad del pueblo español en la resistencia contra los invasores, y que por lo tanto, ejercía también su autoridad sobre las colonias, cayó derrotada en 1810, con lo cual, en los hechos, la dominación colonial estalló. No había en España ninguna autoridad española.