viernes, 30 de noviembre de 2012

ARGENTINA 1810-20 A 1853. LA LARGA ESPERA




LA INDEPENDENCIA Y LA LARGA ESPERA EN AMÉRICA LATINA: LIBRE COMERCIO, PERO SIN PROGRESO CON INVERSIONES BRITÁNICAS,  NI UN ESTADO NACIONAL.
SUJETO HISTÓRICO,  PROYECTOS Y REALIDAD, CONFLICTOS
Los productores (estancieros) y comerciantes vinculados al comercio exterior,  han apoyado la Revolución desde 1810.
Están divididos en sus intereses regionales, y en conflictos en permanente guerra civil:
Buenos Aires y el litoral (Santa Fe y Entre Ríos, principalmente) coinciden en su estructura económica: explotación ganadera (vaquerías a campo abierto: cacería de ganado cimarrón (sin dueño), para la exportación de cueros, astas y sebo (sin comercializar la carne), principalmente para la industria inglesa; importación de manufacturas británicas.
Pero hay un conflicto entre las dos regiones: Bs. As. no quiere perder su privilegio obtenido desde fines de la  época colonial (1776): Capital del nuevo país independiente, con su monopolio de aduana única y puerto único habilitado al comercio exterior. Es decir, pretende gobernar al resto del país imponiendo sus decisiones e intereses, mediante una política centralista que sólo reconozca un centro de poder en todo el territorio: el de su ciudad, “hermana mayor” que debe hacerse cargo de las demás provincias. Y en lo económico, busca enriquecerse siendo la única beneficiada que absorba los ingresos de las rentas aduaneras, con los impuestos sobre todos los productos exportados por las demás regiones, y con los derechos de importación de todas las manufacturas que entren al país, que necesariamente deben pasar por el comercio intermediario de Buenos Aires. Hasta 1820, se expresaron en una corriente monárquica (buscaban algún príncipe europeo aceptado por las monarquías del Viejo Continente, con lo cual dieran fin a la guerra de la Independencia), aristocrática (en la que los sectores más ricos de la sociedad fueran los ciudadanos con derechos políticos en un sistema constitucional-parlamentario, en el que ellos puedan ser los diputados y senadores, como así también los que ocuparan los ministerios y cargos jerárquicos de las Fuerzas Armadas.
Se oponen a otra corriente monárquica muy distinta, como la que proponen San Martín, Belgrano, Güemes y sus seguidores, tratando de coronar a un descendiente de los Incas, lo cual significaba terminar con el centralismo porteño, contrario a la integración con América latina. El proyecto de la monarquía incaica significaba recuperar los límites del antiguo Imperio Inca: Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y el Río de la Plata, y establecer un sistema con igualdad de derechos para todos, devolviéndoles a los indígenas sus tierras expropiadas, su derecho a organizarse, su idioma y costumbres, sus propias autoridades, sus derechos políticos, en igualdad de condiciones con los descendientes de europeos.
También, la negativa de San Martín a participar en las guerras civiles, le significó el apoyo de los caudillos federales de las provincias, a la vez que el rechazo del grupo centralista porteño.
En 1820, derrotada definitivamente esta postura por la derrota de Buenos Aires en la batalla de Cepeda ante los caudillos del litoral (López y Ramirez), se cerró el ciclo del monarquismo. Esta corriente política adoptó el sistema republicano de gobierno, pero conservando las mismas características que tenía el monarquismo. Ahora con un nuevo nombre: unitarismo o Partido Unitario, opuesto a la formación de provincias autónomas (es decir, con su propio gobierno), sino como dependencias o delegaciones del poder central (es decir, la capital, Buenos Aires).
                                                                       
Las clases dirigentes del interior y el litoral. Un pequeño grupo de comerciantes relacionado con el comercio porteño apoyaron en sus provincias este proyecto del centralismo aristocrático porteño.
Pero, mayoritariamente, las clases dirigentes tenían intereses opuestos al centralismo. Por lo tanto, van a rechazar el proyecto hegemónico de Buenos Aires, y propondrán una organización federal: que exista obviamente una capital del nuevo Estado a formar, debe ser entendido sólo como residencia de las autoridades nacionales, y debe ser otra ciudad de otra provincia, no Buenos Aires. En el aspecto económico, el predominio de la capital sobre las provincias, la dictadura económica del monopolio mercantil porteño, debe ser reemplazado por la nacionalización de la aduana y del puerto, repartiéndose sus ingresos entre todas las provincias.  Hasta ahí, había cierto consenso entre los dirigentes  las provincias.
Pero donde no podía haber acuerdo entre el litoral y el interior era en la política económica, pues   sus intereses eran opuestos. El litoral, como hemos dicho, si bien estaba en contra del monopolio porteño (lucha por la libre navegación de los ríos), estaba interesado en obtener beneficios de la exportación ganadera y aspiraba a mantener el libre comercio con Europa y otras regiones del mundo. Pero fundamentalmente con Gran Bretaña, su principal cliente.
En cambio, el libre comercio perjudicaba a las artesanías del interior, que no tenía nada que ofrecer al mercado europeo. Por el contrario, se trataba de un  comercio local, y con los países limítrofes. Por lo tanto, luchaba por eliminar el libre comercio, pero la libre navegación de los ríos no solucionaría su problema, pues continuarían, más aún que antes, las mercaderías importadas más baratas,  introduciéndose en  el interior acelerando y profundizando la crisis de sus artesanías.
Como hemos dicho al comienzo, esta diferencia de intereses entre las tres regiones llevó a un conflicto que intentó resolverse por las armas, sin que pudiera imponerse totalmente ni el proyecto centralista y aristocrático porteño ni el proyecto de una república federal de los caudillos del interior y el litoral.
El autonomismo bonaerense. De Dorrego a Rosas.
Ante el fracaso del centralismo porteño para imponer su dominación sobre Buenos Aires, un grupo de estancieros que lo había apoyado se aparta para crear otra corriente política que enarbola también la bandera federal, pero interpretando el federalismo de otra manera,  siempre de un modo favorable a sus intereses hegemónicos como hacendados porteños.
Este grupo se oponía a la creación de un Estado nacional unitario, pues éste, para concretarse, necesitaba nacionalizar la Aduana de Buenos Aires para poder llevar adelante su obra de gobierno no sólo en la capital sino también en las demás provincias, como así también sostener una burocracia administrativa y un ejército nacional con el que imponer su poder sobre los caudillos armados de las provincias. Y también había nacionalizado como parte de la Capital de la Nación, una extensa franja de territorio, precisamente las tierras más valiosas cercanas al puerto. Esto también cumplía la función de actuar como garantía con la que un préstamo de 1 millón de libras esterlinas gestionada ante la banca inglesa Baring.
También, coherentemente  con sus ideas económicas favorables al libre comercio, la libre  navegación de los ríos terminaría con el monopolio porteño de puerto único habilitado al comercio exterior, a la vez que intentaba tranquilizar los ánimos de los caudillos  del litoral que ya habían derrotado a Buenos Aires.
Pero si se oponían a la existencia de un Estado unitario pues afectaba sus intereses como estancieros sobre su control de la tierra, la aduana y el puerto, poniéndolos de alguna manera en igualdad de condiciones con los estancieros y comerciantes de las demás provincias, también se oponían a la creación de un Estado nacional federal, pues éste iría también de la mano de la nacionalización de la aduana y el puerto para repartir las rentas entre todas las provincias, y la libre navegación de los ríos terminaría con el predominio de su puerto único.
El primer líder popular de este grupo fue Manuel Dorrego, quien se hizo cargo del gobierno de Buenos Aires tras la caída del proyecto de un Estado unitario en 1828.
Dorrego se había opuesto al proyecto de sufragio calificado, que reservaba los  derechos políticos a las clases pudientes, excluyendo a las mayorías populares.
Un golpe de estado encabezado por el Gral. Juan Lavalle, influenciado por los intelectuales unitarios, derrocó a Dorrego, que fue fusilado, a la vez que desató una feroz persecución y exterminio entre la población  rural, que apoyaba al líder federal.
La dictadura de Lavalle, carente de todo apoyo social, no pudo sostenerse ante la inseguridad desatada en las zonas rurales, debido a la crisis  económica provocada por la guerra con  Brasil, y como respuesta a la violencia de clase contra la población campesina, donde grupos de gauchos armados llevaban adelante acciones de saqueo y atropellos contra las estancias y los representantes del partido unitario.
Lavalle entonces debió negociar su retirada y el llamado a elecciones con el nuevo líder del federalismo autonomista bonaerense, Juan Manuel de Rosas, quien finalmente se impuso como nuevo gobernador de la provincia en 1832, tras un breve interregno de los federales moderados.
El Partido Federal: la división entre “lomos negros” y “apostólicos”
Tras el fusilamiento de Dorrego y la dictadura de Lavalle, el Partido Federal porteño se dividió en dos facciones.
Los sectores moderados, con alguna influencia sólo entre los sectores altos de la sociedad, fueron llamados con desprecio “lomos negros” por el gauchaje, pues no acostumbraban vestir poncho (especialmente rojo, color federal) sino levita a la europea. Eran partidarios de evitar los enfrentamientos políticos violentos y lograr un entendimiento con los unitarios mediante el diálogo.
Los federales “apostólicos” tenían como líder al estanciero Juan Manuel de Rosas, popular entre los hacendados, los gauchos y los sectores populares de la ciudad.
Rosas había logrado disciplinar al gauchaje, con una hábil actitud de no despreciarlo sino de identificarse con sus usos, costumbres y valores, e imponiendo justicia no según abstractos criterios jurídicos basados en la aplicación de leyes desconocidas, sino teniendo en cuenta,  con mano justa pero dura, los criterios que formaban parte de los tradicionales códigos no escritos de la población campesina.
Gracias a esa identificación, que le permitía ser reconocido no como un estanciero distanciado del gauchaje, sino como el mejor gaucho entre   los gauchos , Rosas había logrado formar un eficiente cuerpo de policía rural privada, los Colorados del Monte, con el que mantener el orden en la campaña. Además, utilizó a los elementos más antisociales del  bandidaje rural, no para someterlos, sino canalizando su violencia contra los opositores políticos.
Contrario a la libertad de cultos que proponían los unitarios, a los que acusaba de “impíos, herejes y salvajes”, este grupo defendía la religión católica como única, como lo había sido desde su imposición durante la Colonia. La religión pasó a formar parte del lenguaje político. “Viva la Santa Federación” fue su lema.    
Durante los 20 años que permaneció en el gobierno, Rosas desató la persecución a muerte contra los opositores y la guerra civil contra todos los que no coincidieran con la sumisión absoluta a su persona, acusándolos, en caso de ser federales, de traidores. Eso le permitió enfrentar el reclamo de los federales del Litoral y del interior, de llamar a un Congreso Constituyente que sancionara una Constitución federal que organizara el Estado. Rosas argumentaba que mientras continuara la guerra civil no podía convocarse a tal Congreso. Y cuando la situación estaba controlada, pronto Rosas encontraba alguien  entere sus filas al que acusar como traidor y justificar otra vez el estado de guerra interna. 

La Confederación Argentina.

Postergada la constitución del Estado nacional, la forma de organización propuesta por el autonomismo rosista fue la Confederación. Las provincias conservaban su propio gobierno autónomo, unidas por una serie de pactos federales. De esta forma, cada provincia administraba sus propios recursos, y Buenos Aires conservaba su aduana y su puerto en beneficio exclusivo de los estancieros bonaerenses.

Consolidada como la provincia más fuerte, y con un gobernador que había logrado imponer su influencia sobre el litoral y sobre el interior, Rosas era reconocido como el representante de las provincias ante los países extranjeros.

Debido a su riqueza, enviaba subsidios a las provincias pobres, permitiéndoles así pagar los sueldos de la administración pública, lo cual reforzaba su sometimiento hacia Rosas . 


Unitarios y federales: conflicto ideológico y social
La lucha entre unitarios y federales argentinos fue continuación del largo conflicto ideológico iniciado en 1811 con José Artigas. Los unitarios atacaban intransigentemente el gobierno de Rosas, manejando el esquema “civilización” contra “barbarie”, los unitarios eran generalmente defensores del liberalismo político, mientras los federales se proclamaban defensores de la soberanía nacional y acusaban a sus adversarios de ser agentes al servicio de intereses extranjeros. Los unitarios se veían como representantes de la cultura de raíz europea y calificaban como "bárbaros" a los caudillos federales, procurando su elimanación en pro del paradigma europeocéntrico de progreso.. Por su parte, los federales, liderados por Rosas, se asumían como defensores de la soberanía nacional, ejerciendo una política gubernamental de firmeza frente a lo caracterizaban como prepotencia imperialista extranjera. Los federales expresaban a las montoneras del medio rural y Rosas, particularmente, buscó el respaldo de las clases serviles y de los sectores populares de Buenos Aires. Mientras tanto, los unitarios propugnaban que el control debía de estar en los doctores de la ciudad y no en los caudillos rurales de reminiscencias bárbaras. Este conflicto social no sólo se presentaría como un estimulante de la guerra entre unitarios y federales, sino también como un estimulante de inestabilidad para los dos bandos, dado que en ambos bandos existían caudillos y “doctores” (aunque en el bando unitario había un número mayoritario de “doctores”, existían caudillos
unitarios, y en el bando federal pasaba exactamente lo contrario). Entre los caudillos y los “doctores” se produjo una intensa puja.

La política económica de Rosas: del libre comercio al proteccionismo, pero siempre el monopolio porteño. 
Rosas defendió el libre comercio contra los defensores de medidas proteccionistas que impidieran la ruinosa  de los productos importados para la producción local. Pero ante la fuerte presión de las provincias y la amenaza de un alzamiento armado federal contra Buenos Aires, sancionó una Ley  de Aduanas de contenido proteccionista en diciembre de 1835. La ley en un primer momento tuvo un efecto beneficioso sobre las artesanías del interior, pero sólo los primeros cuatro años. Hacia 1840, ya no se aplicaba, pues la producción artesanal local era insuficiente para satisfacer las necesidades de la demanda.

Conflictos con Francia e Inglaterra. 

 La formación de la alianza antiporteña y la caída de Rosas. 

Pero la política de Rosas de ahogar al litoral con su monopolio de puerto único y aduana única, contraria a la libre navegación de los ríos, más una serie de medidas que perjudicaban enormemente a la economía de Entre Ríos,  provocó finalmente su debilitamiento pese a  haber triunfado en todos los conflictos internos e internacionales, alcanzando su figura una gran trascendencia latinoamericana y mundial. La situación en el litoral era tan extrema, que si no era posible derrocar a Rosas, las provincias del litoral (Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes) buscarían independizarse de la Confederación, formando una República aparte.

La segunda Revolución Industrial brindaba la posibilidad de aumentar considerablemente las ganancias provenientes del comercio exterior. Había llegado el momento de iniciar una gran campaña contra Rosas, para no perderse la posibilidad histórica de iniciar un nuevo período floreciente en lo económico, como nunca antes  había existido.  

Urquiza, gobernador federal de Entre Ríos, une sus fuerzas a las tropas de Uruguay (en guerra contra Rosas por la competencia del puerto de Buenos Aires con el de Montevideo), de Brasil (perjudicado por la negativa de  Rosas a permitir la libre navegación de los ríos, y los grupos unitarios, más algunos federales del interior que veían en un Urquiza una posibilidad de salir de la pobreza y el sometimiento que para el noroeste significaba el rosismo, apoyados  financieramente por la Banca Mauá, de Brasil, representante local de la banca británica.
El “Ejército Grande”, finalmente derrotó a Rosas en Caseros el 3 de febrero de 1852, y se convocó al Congreso Constituyente que sancionó la constitución nacional, mezcla de federalismo y de centralismo, en 1853.



 ACTIVIDAD:

Elaborar un cuadro comparativo que tenga en cuenta los sujetos históricos y protagonistas,
La realidad y los proyectos de país, y los conflictos
SUJETOS HISTÓRICOS
Y PROTAGONISTAS
LA REALIDAD
Y LOS PROYECTOS
CONFLICTOS
1)-Las diferencias de intereses entre las clases dirigentes. Los sectores sociales representados.
2-Los estancieros y comerciantes de Buenos Aires
-El centralismo porteño





-Los caudillos federales del litoral






-Los caudillos federales del
Interior





-San Martín, Belgrano, Gûemes


-Los estancieros bonaerenses

Urquiza 

1) Bs. As. desde 1776
Aduana y puerto
Libre comercio




El proyecto monárquico

El Partido  Unitario: la federalización de Bs. As.
La aduana

Las autonomías provinciales
La aduana y el puerto en el Estado nacional federal
El libre comercio, el monopolio porteño y la navegación de los ríos


Las autonomías provinciales
La aduana y el puerto en el Estado nacional federal.
Las artesanías locales y el libre comercio. Proteccionismo

El proyecto de la monarquía
Incaica


El federalismo autonomista


La navegación de los ríos
Constitución Nacional







Batalla de Cepeda

Conflicto entre el proyecto
Unitario y los estancieros bonaerenses







Guerra civil















Batalla de Caseros


 

 

 

 

 

 

 

 

 

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