IV.
ROSAS Y LA CONFEDERACIÓN ARGENTINA
Entre 1829 y 1853, Juan Manuel de
Rosas dirigió los destinos independientes de la Confederación Argentina
imponiendo al resto de las provincias una especie de dictadura legal, por medio del terror y el argumento de la
“sagrada causa federal, contra los sucios, asquerosos, inmundos, herejes,
salvajes unitarios”, y contra los “traidores”, como llamó a los federales que
lo criticaban por imponer de esa manera los
intereses exclusivos de Buenos Aires sobre los derechos y reclamos de las
provincias.
El
apoyo social a Rosas
El
principal apoyo a Rosas estuvo dado por los
grandes estancieros y comerciantes bonaerenses, beneficiados por su
política económica de Buenos Aires como
puerto único y aduana única, y por la forma que halló de controlar la inseguridad que había
afectado sus intereses a consecuencia de la política llevada adelante por el
Partido Unitario en el gobierno. No sólo los bandidos afectaban sus
propiedades: también los malones indígenas para robar ganado y mujeres blancas
(“cautivas”) para esposas de sus caciques. Rosas llevó adelante una exitosa campaña contra los indios, que
terminaron con relaciones pacíficas entre ambas partes. El gobierno porteño de
Martín Rodríguez, en 1820, había emprendido una campaña de exterminio contra
los indígenas. Pero tras el golpe de estado
unitario de Lavalle en 1828, la crisis política con su consiguiente falta
de control en las zonas rurales fue aprovechada por los indios para volver a
atacar. El éxito de Rosas le ganó nuevas
simpatías entre los estancieros y la población rural en general.
El abandono del proyecto unitario de
nacionalizar las mejores tierras como parte del patrimonio de la ciudad
capital, les daba a los estancieros la posibilidad de apropiárselas.
También contó con el apoyo de los
sectores populares de la ciudad y el campo. Los gauchos dejaron atrás el
período de la persecución terrorista unitaria. La expansión del saladero
(estancias donde se salaba la carne vacuna para su conservación) permitió
nuevas fuentes de empleo aparte de la estancia tradicional. También, la
posibilidad de entrar en la policía.
Esto
se complementaba con una actitud de acercamiento e identificación de Rosas con
los gauchos. “Para poder controlarlos y ser obedecido por ellos tuve que
convertirme en un gaucho más, vivir como ellos, hablar como ellos, compartir
sus costumbres sin ningún tipo de privilegios”, confesaba Rosas en una carta.
También en la ciudad, se hizo querer por su buen trato a los negros, esclavos y libres, presenciando también sus festejos, y
contando con los criados de las familias ricas, especialmente las unitarias,
para tenerlo al tanto de las ideas políticas dentro de ella.
La Iglesia también le dio
su apoyo. Rosas restableció las relaciones diplomáticas con el Vaticano, interrumpidas a partir de la
Revolución de 1810; decretó que se guardasen al obispo los honores,
distinciones y prerrogativas que le acordaban las leyes coloniales; favoreció
en toda forma el culto católico; prohibió la venta de libros y pinturas que
ofendían la moral evangélica y las buenas costumbres; hizo obligatoria la
enseñanza de la doctrina cristiana; introdujo congregaciones religiosas
dedicadas a la enseñanza.
La
propaganda política se hizo frecuentemente con un lenguaje religioso. Todas las
comunicaciones y documentos oficiales, inclusive el pregón de los serenos que
daban la hora y el estado del tiempo, debían encabezarse con la frase: “¡Viva
la Santa Federación!”. El retrato de Rosas debía estar en el altar de las
iglesias. “Religión o muerte” y “Muerte
a los impíos herejes unitarios” era el slogan de guerra del caudillo federal
riojano Facundo Quiroga.
LA CONFEDERACIÓN, UN ESTADO EN PERMANENTE GUERRA
Rosas
desató una persecución implacable a
los miembros del Partido Unitario.
Clausuró los periódicos opositores a su gobierno y encarceló a sus responsables. Amenazados de muerte por su policía política,
la Mazorca, muchos cruzaron secretamente el río de la Plata y se exiliaron en Uruguay. Los de las
provincias del norte huyeron a Bolivia;
los de Cuyo y La Rioja, lo hicieron a Chile. Desde allí organizaron campañas
periodísticas destinadas sobre todo a desprestigiar a Rosas ante los miembros
de las comunidades inglesa y francesa, principalmente, para que éstos
intercedieran ante los representantes de sus gobiernos para que intervinieran
contra Rosas.
Aprovechando el descontento de las provincias
del interior, y de Corrientes, los unitarios se hicieron fuertes en esa
región del país mediante golpes de estado en cada provincia, y formaron la Liga
Unitaria o Liga del Interior para luchar contra Rosas, visto desde el
interior como el más crudo representante de los intereses exclusivos de Buenos
Aires contra los intereses de las demás provincias.
Rosas logró un acuerdo con el caudillo de Santa Fe Estanislao
López, y con el de Entre Ríos Francisco Ramírez, para unir
fuerzas en la Liga Federal, para combatir a sus enemigos. López y Ramírez
pusieron como condición el llamado a un Congreso Constituyente que sancionara
una constitución federal que garantizara la libre navegación de los ríos.
También consiguió el apoyo de Facundo
Quiroga, derrotado por las tropas unitarias y radicado en Buenos Aires,
pero con una enorme influencia en los pueblos del interior. Quiroga también
le reclamaba con insistencia una Constitución federal, a lo que Rosas respondía
como siempre, que aún no era tiempo, estando en plena guerra civil. Pero cuando
lograba imponerse sobre sus enemigos, pronto encontraba alguna razón como para
atacar a alguna provincia acusando a su gobernador de “traidor” por no
perseguir como él a los unitarios, y pronto desataba una vez más la guerra que
era vista por los provincianos no como una guerra de federales contra
unitarios, sino de Buenos Aires contra el interior.
Rosas también desató la guerra contra
Bolivia, país que recibía a los exiliados unitarios que buscaban refugio
para salvar su vida.
En 1839 debió enfrentar la sublevación de los
estancieros del sur bonaerense, Los Libres del Sur, y del ejército
unitario dirigido por el General Lavalle, coincidentemente con la invasión
de naves francesas que buscaron forzar la navegación de los ríos del
Litoral y obtener ventajas comerciales para los comerciantes franceses.
En 1845, Inglaterra, celosa por no ser desplazada por Francia en el
comercio local, se unió a la segunda invasión europea que bloqueó el comercio
por el río Paraná, buscando ahogar económicamente a la Confederación. Al igual
que en 1839, Rosas termina imponiéndose, exigiendo el reconocimiento de la
soberanía argentina y el pago de los gastos de guerra por parte de los
invasores. También lo favoreció la presión de los
comerciantes británicos en el Río de la Plata, que veían perjudicados sus
intereses con el bloqueo, cuando Rosas siempre los había beneficiado en tiempos
de paz.
Convertido en una figura latinoamericana de
renombre mundial, que había defendido la soberanía argentina ante las dos
mayores potencias del mundo en dos oportunidades, en una época en las que éstas
lograban someter como colonias a las naciones africanas y asiáticas, Rosas
había quedado como la única figura fuerte de la Confederación, sin nadie que le
discutiera, pues López y Ramírez ya habían muerto, y Quiroga había sido
asesinado, sin dejar como heredero de su importancia política a ninguna figura
de similar poder e influencia.
Por último, había ordenado el bloqueo al
puerto de Montevideo, competidor del puerto de Buenos Aires, pues los
estancieros del litoral, frecuentemente utilizaban el puerto uruguayo para
exportar sus cueros y carne salada en condiciones más ventajosas que las
impuestas por Buenos Aires. Además, Montevideo seguía siendo el refugio de los
exiliados unitarios, y desde allí organizaban campañas contra Rosas.
LA CAÍDA DE
ROSAS Y LA SOLUCIÓN DE LOS PROBLEMAS ECONÓMICOS Y POLÍTICOS DEL PERÍODO ROSISTA
La formación de la alianza antiporteña y la caída
de Rosas. Pero la política de Rosas
de ahogar al litoral con su monopolio de puerto único y aduana única, contraria
a la libre navegación de los ríos, más una serie de medidas que perjudicaban
enormemente a la economía de Entre Ríos, provocó finalmente su
debilitamiento pese a haber triunfado en todos los conflictos internos e
internacionales, alcanzando su figura una gran trascendencia
latinoamericana y mundial. La situación en el litoral era tan extrema, que si
no era posible derrocar a Rosas, las provincias del litoral (Entre Ríos, Santa
Fe y Corrientes) buscarían independizarse de la Confederación, formando
una República aparte.
La segunda Revolución Industrial brindaba la posibilidad de aumentar considerablemente las ganancias
provenientes del comercio exterior. Había llegado el momento de iniciar una
gran campaña contra Rosas, para no perderse la posibilidad histórica de iniciar
un nuevo período floreciente en lo económico, como nunca antes había
existido.
Urquiza, gobernador
federal de Entre Ríos, une sus fuerzas a las tropas de Uruguay (en
guerra contra Rosas por la competencia del puerto de Buenos Aires con el de
Montevideo), de Brasil (perjudicado por la negativa de Rosas a
permitir la libre navegación de los ríos), y los grupos unitarios, más
algunos federales del interior que veían en un Urquiza una posibilidad de
salir de la pobreza y el sometimiento que para el noroeste significaba el rosismo,
apoyados financieramente por la Banca Mauá, de Brasil, representante
local de la banca británica.
El 3 de febrero de
1852, en la batalla de Caseros, el “Ejército Grande”, finalmente derrotó
a Rosas (quien salvó su vida en una embarcación inglesa que lo
llevó a Inglaterra, donde murió 25 años después). Se convocó al Congreso Constituyente que
sancionó la Constitución nacional, mezcla de federalismo y de centralismo,
en 1853; reconociendo además la libre
navegación de los ríos y la nacionalización de la aduana y la ciudad, que
pasaron a pertenecer a la Nación.
Buenos Aires rechazó la
Constitución que la dejaba sin su
ciudad-puerto y su aduana, y se separó de la Confederación Argentina, formando
un Estado aparte. Controlando la navegación y las riquezas de su aduana,
logró imponerse en la guerra. Por el momento no se decidiría la cuestión de la
capital, la Nación debía compensar a Buenos Aires por la pérdida de la aduana,
y se aceptaba la libre navegación de los ríos. Bartolomé Mitre, político e
historiador unitario, se impone en las elecciones presidenciales de1862 de
la Nación unificada bajo la dominación porteña, e impone el poderío de Buenos
Aires sobre el interior.
Pero los grupos dirigentes del interior, derrotados en la guerra, se
rearman políticamente: se agrupan en la Liga de los Gobernadores,
organizando el Partido Nacional (antiguamente llamado Partido
Federal), y unen a la corriente ex rosista de Buenos Aires, el Partido
Autonomista, formándose el Partido Autonomista Nacional (PAN), que
llevará a la presidencia a los candidatos del interior entre 1874 y 1912.
En 1880, bajo la presidencia
de Avellaneda, el Ejército Nacional se impone
a las milicias bonaerenses autonomistas que rechazan el proyecto de que
Buenos Aires se convierta en la capital de la Nación, y la ley es un hecho,
obligando a Buenos Aires a fundar una nueva capital provincial.